Hay en Nietzsche una indiscutible solidaridad con esas divinidades
de naturaleza proteica y tornadiza cantadas por los poetas
que tanto repugnaban a la visión platónica. En Humano, demasiado
humano se nos revela bajo la figura del espíritu libre; más
tarde es el príncipe Vogelfrei, el Viajero y su sombra, Zaratrusta,
Dionisos, el Anticristo, y así, en una inquietante procesión de
máscaras hasta su Ecce Homo donde Nietzsche llega al paroxismo
de disfrazarse de sí mismo.
La irrupción de esta multitucidad de identidades en el seno
del discurso filosófico tiene el carácter de una clara provocación.
Desde que Platón fijara los atributos que definen a la Idea, el filósofo,
aun el dialéctico, y el científico han tomado como objeto
de su sabiduría una nueva divinidad cuyos rasgos podrían esquematizarse
así: inmutabilidad, fijeza, identidad consigo misma,
universalidad... Dios, el sujeto cartesiano, el Espíritu Absoluto de Hegel, el concepto neutro y objetivo de la ciencia... gran carnava]
del tiempo en el que la ficción de lo universal oculta siempre
la violencia de las conquistas particulares. Frente a la mascarada de la unidad y la universalidad, el desfile
incesante de máscaras en Nietzsche pone expresamente de
manifiesto eso que se ha querido esconder tras la verdad sin rostro
y sin nombre del discurso filosófico y científico: que la verdad
una e idéntica para todos no es sino el resultado de la pugna entre
una multiplicidad de identidades o de intereses divergentes,
la máscara con que se recubre aquella perspectiva peculiar que
ha conseguido imponerse tiránicamente sobre las demás. (Fragmento de la introducción titulada "La filosofía de Nietzsche como filosofía
de máscaras" escrita por Dolores Castrillo Mirat).
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