Éste es un libro tan intrépido y chispeante que su mismo autor
lo calificó, quince años después, como «un libro imposible».
En su «Ensayo de autocrítica», que desde la tercera edición
(en 1886) suele colocarse como proemio al texto, Nietzsche comentaba
con una apasionada lucidez lo esencial del mismo: su
arrojo intelectual y su entusiasmo juvenil, a la vez que insistía
en la agudeza de sus ideas y ese su carácter intempestivo, que lo
hizo tan desconcertante para sus primeros lectores. Contemplado
desde esa distancia, cuando ya Friedrich Nietzsche había
escrito sus obras filosóficas más representativas y dejado atrás
el oficio de filólogo clásico, su estilo le merecía algunas ásperas
críticas. Hay que situarlas justamente en esa perspectiva cronológica:
el filósofo reexamina su obra juvenil con la mirada de
quien ha recorrido después un largo trecho y con el afecto por su
primera gran obra, muy mal acogida y mal interpretada por sus
contemporáneos. El interés de este «ensayo autocrítico» estriba en esa relectura
del mismo desde una distancia personal enormemente significativa.
El filósofo interpreta sus intuiciones juveniles a la luz del
desarrollo posterior de sus propias ideas, lejos de su cátedra filológica
y liberado de las influencias de Schopenhauer y Wagner,
tan decisivas en la concepción inicial de El origen de la tragedia
en el espíritu de la música (que, significativamente, desde esa
tercera edición, de 1886, cambia el final de su título. Desde entonces
será EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA, O Grecia y el pesimismo). (Fragmento de la introducción escrita por Carlos García Gual).
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