¿PORQUÉ FILOSOFAR? (Jean-Francois Lyotard)


Por un conjunto de razones obvias, las tradiciones filosóficas tienen un carácter mucho menos definitoriamente «nacional» que las literarias. Y podría incluso defenderse sin excesiva arbitrariedad que en esta coyuntura de «planetarización » carece ya de todo sentido el recurso, a propósito del pensamiento, filosófico o no, a tales señas de identidad. Con todo —y sin que ello equivalga a conceder demasiado juego a identificaciones tan globales como la propuesta, pongamos por caso, por Heidegger entre la capacidad de conceptuación filosófica y el genio griego y alemán—, no deja de resultar asimismo cierto que las producciones filosóficas deben algunos de sus rasgos más profundos a las culturas, en sentido lato, en las que en última instancia hunden sus raíces. Piénsese, por ejemplo, en el caso tópico del pragmatismo americano. Sea como fuere, cualquier posible empeño de calibrar a esta luz la versatilidad, el sentido de la novedad constante y la capacidad de sugestión «mundana» de la filosofía francesa de nuestro siglo —por entrar ya en lo que aquí nos importa— nos llevaría muy lejos. Limitémonos, por tanto, en esa provisionalidad en la que siempre hay que moverse,, a subrayar una vez más dicha fuerza de sugestión, inseparable de la bien conocida atención del mundo cultural francés a las grandes cuestiones del presente. O, más enfáticamente, a los fines esenciales de la razón humana —fines, a lo que parece, harto huidizos y aún cambiantes—, esos fines de los que hablaba Kant a propósito de los quehaceres de la «filosofía mundana ». (Que en el país vecino siempre ha vivido en metabolismo más o menos fiel, todo sea dicho, con la filosofía «académica», excelentemente cultivada asimismo en él.) Y situemos en ese reino a Jean-Francois Lyotard. (Fragmento de la Introducción, escrita por Jacobo Muñoz).

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