Como es sabido, los títulos de las obras reunidas en el Corpus Aristotelicum se
deben, por lo general, a los recopiladores y editores antiguos, en particular a Andrónico de Rodas. Por lo general, designan con propiedad el contenido de la obra (hay alguna clamorosa excepción, como la Metafísica...). En
el caso del organón, nombre genérico que designa globalmente las obras de lógica, la tradición es algo más reciente, pero no por ello la designación resulta menos atinada.
En efecto, las seis obras que lo Componen (Categorías, Sobre la interpretación, Analíticos primeros,
Analíticos segundos, Tópicos y Sobre las refutaciones
sofisticas) forman un conjunto de enunciados analíticos,
no ubicables en ninguno de los espacios epistémicos que el propio Aristóteles delimita en sus obras teoréticas, a saber: física, matemática,
teología. No son, pues, objeto de conocimiento filosófico. Y no lo son
siquiera en cuanto orientación propedéutica para el que busca iniciarse en filosofía. De ahí que sea justo no haberles adjudicado el título de Introducción, de
Eisagoge (justeza que se le escapó a quien, como Porfirio, veía el mundo de lo lógico, a través de su cosmovisión neoplatónica, como Lógos sustantivo, emanación de lo Uno
elevado a categoría ontológica fundamental). (Fragmento
de la introducción escrita por Miguel Candel Sanmartín).
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