La Carta a Meneceo es el documento fundamental de la ética epicúrea
que ha llegado hasta nosotros. Representa, ciertamente, una pequeña
muestra de las ocupaciones de Epicuro con la filosofía práctica, si se
considera la pérdida de numerosas y probablemente extensas obras
de un autor tan excepcionalmente prolífico: Del fin, De las elecciones
y los rechazos, Del amor, De [los géneros de] vidas (cuatro
libros), De la justicia y demás virtudes, De las obras justas, Opiniones
acerca de las pasiones, sin contar otros tratados y varias Epístolas,
según el catálogo que transmite Diógenes Laercio.2 Es a éste a
quien debemos la conservación del texto íntegro de la Carta, así
como de otras dos, a Heródoto y a Pitocles, y de las Máximas
Capitales, que, junto a las Sentencias Vaticanas y a otros fragmentos,
forman el corpus epicureum. Pero, a pesar de lo exiguo del legado, la Carta a Meneceo tiene
un valor precioso, porque en ella ofrece Epicuro un resumen de su
concepción ética, el cual, aunque está aliviado de las copiosas argumentaciones
que seguramente poblaban los tratados, permite hacerse
una idea casi completa de aquélla. Sólo las relaciones humanas y
sociales, cuya consideración está presidida por los respectivos conceptos
de amistad y de justicia, no reciben tratamiento expreso aquí;
las Máximas Capitales y las Sentencias Vaticanas aportan el indispensable
complemento sobre esas materias. (Fragmento de la introducción escrita por Pablo Oyarzún R.).
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