Ya he tratado anteriormente en pocas palabras los temas de Dios y de la
mente humana en mi Discurso sobre el método para encaminar bien la razón y hallar la
verdad en las ciencias, editado en francés en el año 1637, no para un estudio exhaustivo,
sino de pasada y para saber según el parecer de los lectores de qué manera los
había de enfocar más adelante. Efectivamente, de tan gran importancia me parecían,
que juzgué apropiado considerarlos más de una vez; sigo, por otra parte, un
camino tan poco trillado y tan apartado del uso común, que no me ha parecido
oportuno aclarar mis puntos de vista en francés mediante un libro que pudiese ser
leído por todos, con objeto de que las inteligencias mediocres no creyesen que es
ésta la postura que debieran adoptar.
Habiendo rogado a todos aquellos que encontrasen algo en mis libros digno
de reprensión que se dignasen avisármelo, no se me ha hecho ninguna objeción
que merezca ser mencionada sobre los temas que desarrollaba, excepto estas dos, a
las que responderé ahora en pocas palabras, antes de que intente una explicación
más detallada de las mismas.
La primera es que, del hecho de que la mente humana, introvertida en sí
misma, llegue a la conclusión de que no es otra cosa más que una cosa que piensa,
no se sigue que su naturaleza o su esencia consista solamente en ser una cosa que
piensa, de tal modo que el vocablo «solamente» excluya todas las demás cosas que
se podrían atribuir a la naturaleza del alma. (Fragmento del prefacio escrito por René Descartes).
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