Casi con espanto comencé la traducción de Smuler. Y no es que estuviera
contagiado del temblor kierkegaardiano ante la existencia o
frente a lo augusto. Llevo estudiando toda mi vida las obras y los
papeles kierkegaardianos, creo haber llegado a un conocimiento más
que mediano de su pensamiento, tengo contacto con la inmensa mayoría
de los especialistas mundiales en el tema, pero eso no obsta para
que la tarea de presentar en castellano el hermoso aunque complejo
texto danés del pensador de Copenhague, se irguiera ante mi imaginación
como una montaña infranqueable. Al finalizar mi versión, no
me encuentro del todo insatisfecho, pero aún hubiese mendigado a
mi editor un poco más de tiempo para redondear algún pasaje complejo.
No es posible.
En esta introducción, que expresamente no he querido concebirla
con excesiva prolijidad ni tecnicismos propios del especialista, me
limitaré a presentar los rasgos más sobresalientes de tan importante
obra y señalar algunas singularidades de nuestra edición. Como siempre
se hace y con razón, rogamos al lector su benevolencia. (Fragmento de la introducción escrita por Rafael Larrañeta).
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