Es posIble que a mas de un lector esta forma de exposición le resulte
singular; que le parezca demasiado severa para edificar, y demasiado
edificante para poseer rigor especulativo. No sé si es demasiado
edificante, pero no creo que sea demasiado severa. Y si en verdad lo
fuese, sería en mi opinión un defecto. La cuestión no consiste en que no
pueda edificar a todos, pues no todos estamos en condiciones de
seguirla; pero sí, que sea edificante por naturaleza. La regla cristiana, en
efecto quiere que todo, que todo sirva para edificar. Una especulación
que no lo consigue es, de golpe, acristiana. Una exposición cristiana
siempre debe recordar los consejos de un médico dados en la cabecera
del lecho de un enfermo; incluso sin necesidad de ser profano para
comprenderlos, nunca hay que olvidar el lugar en que se emiten.
Esta intimidad de todo pensamiento cristiano con la vida (en contraste
con las distancias que guarda la especulación), o aun, este aspecto ético
del cristianismo, precisamente, implica que se edifica; y una separación
radical, una diferencia de naturaleza distingue una exposición de este
género, cualquiera sea su rigor, de aquella especie de especulación que
pretende ser imparcial, y cuyo sedicente heroísmo sublime, lejos de serlo
de verdad, es por el contrario, para el cristiano, sólo una manera
inhumana de curiosidad. Atreverse a ser enteramente uno mismo,
atreverse a realizar un individuo, no tal o cual, sino éste, aislado ante
Dios, sólo en la inmensidad de su esfuerzo y de su responsabilidad, tal es
el heroísmo cristiano y, reconozcamos su rareza probable. ¿Pero acaso
encuéntrase en el hecho de engañarse encerrándose en la humanidad
pura o en jugar a quién se asombrará ante la historia universal? Todo
conocimiento cristiano, por estricta que sea por lo demás su forma, es y
debe ser inquietud; pero esta inquietud misma edifica. Esa inquietud es el
verdadero comportamiento con respecto a la vida, con respecto a nuestra
realidad personal y, por consiguiente, para el cristiano, es la seriedad por
excelencia. La altivez de las ciencias imparciales, lejos de ser una
seriedad todavía superior, no es para él más que farsa y vanidad. Pero lo
serio, os digo, es lo edificante. (Fragmento del prólogo de la obra escrito por Soren Kierkegaard).
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