Qué sea la filosofía y cuál su valor, es cosa discutida. De ella
se esperan revelaciones extraordinarias o bien se la deja
indiferentemente a un lado como un pensar que no tiene objeto. Se la
mira con respeto, como el importante quehacer de unos hombres
insólitos o bien se la desprecia como el superfluo cavilar de unos
soñadores. Se la tiene por una cosa que interesa a todos y que por
tanto debe ser en el fondo simple y comprensible, o bien se la tiene por
tan difícil que es una desesperación el ocuparse con ella. Lo que se
presenta bajo el nombre de filosofía proporciona en realidad ejemplos
justificativos de tan opuestas apreciaciones.
Para un hombre con fe en la ciencia es lo peor de todo que la
filosofía carezca por completo de resultados universalmente válidos y
susceptibles de ser sabidos y poseídos. Mientras que las ciencias han
logrado en los respectivos dominios conocimientos imperiosamente
ciertos y universalmente aceptados, nada semejante ha alcanzado la
filosofía a pesar de esfuerzos sostenidos durante milenios. No hay que
negarlo: en la filosofía no hay unanimidad alguna acerca de lo conocido
definitivamente. Lo aceptado por todos en vista de razones imperiosas
se ha convertido como consecuencia en un conocimiento científico; ya
no es filosofía, sino algo que pertenece a un dominio especial de lo
cognoscible. (Fragmento del primer capítulo titulado "¿Qué es la Filosofía?").
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