El pensamiento moderno ha realizado un progreso considerable al reducir lo existente a la serie de las
apariciones que lo manifiestan. Se apuntaba con ello a suprimir cierto número de dualismos que causaban
embarazo a la filosofía, y a reemplazarlos por el monismo del fenómeno. ¿Se ha logrado hacerlo?
Cierto es que se ha eliminado en primer lugar ese dualismo que opone en lo existente lo interior a lo
exterior. Ya no hay un exterior de lo existente, si se entiende por ello una piel superficial que disimularía a la
mirada la verdadera naturaleza del objeto. Y esta verdadera naturaleza, a su vez, si ha de ser la realidad
secreta de la cosa, que puede ser presentida o supuesta pero jamás alcanzada porque es «interior» al objeto
considerado, tampoco existe. Las apariciones que manifiestan lo existente no son ni interiores ni exteriores:
son equivalentes entre sí, y remiten todas a otras apariciones, sin que ninguna de ellas sea privilegiada. La
fuerza, por ejemplo, no es un conato metafísico y de especie desconocida que se enmascararía tras sus
efectos (aceleraciones, desviaciones, etc.); no es sino el conjunto de estos efectos. Análogamente la corriente
eléctrica no tiene un reverso secreto: no es sino el conjunto de las acciones físico-químicas (eléctricas,
incandescencia de un filamento de carbono, desplazamiento de la aguja del galvanómetro, etc.) que la
manifiestan. Ninguna de estas acciones basta para revelarla. Pero tampoco apunta hacia algo que esté demís
de ella, sino que apunta hacia sí misma y hacia la serie total. Se sigue de ello, evidentemente, que el dualismo
del ser y el aparecer tampoco puede encontrar derecho de ciudadanía en el campo filosófico. (Fragmento de la introducción titulada "En busca del Ser").
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