Todo en la naturaleza animada, como en la inanimada, se rige por
reglas, aunque estas reglas no son siempre de nosotros conocidas; así es
que en virtud de leyes fijas y determinadas cae la lluvia, se mueven los
animales, etc. El Universo entero no es propiamente más que un vasto
conjunto de fenómenos sujetos a determinadas reglas; de suerte que nada,
absolutamente nada existe sin su fundamento. Por consecuencia de esto, no
existen, hablando con propiedad, verdaderas irregularidades; cuando
nosotros creemos encontrarlas no es sino que las leyes que rigen los
fenómenos que observamos nos son desconocidas. El ejercicio de nuestras facultades se verifica conforme a leyes, a
las que desde luego nos ajustamos sin tener conciencia de ello, hasta el
punto de que venimos insensiblemente en conocimiento de las mismas por
hechos de experiencia y por el continuo uso de las propias facultades.
Nosotros mismos concluimos por acomodarnos tan fácilmente a estas leyes,
que después nos cuesta gran trabajo el considerarlas de una manera
abstracta. Ejemplo de esto tenemos en la gramática general, que es una
forma del lenguaje en general. Se habla también sin conocimiento de
ninguna regla gramatical, y el que habla de este modo sigue sin embargo
una gramática, y habla conforme a reglas, mas no tiene conciencia de nada
de esto.
Todas nuestras facultades, en particular el entendimiento, están
sometidas en su ejercicio a leyes que podemos investigar. Hay más; el
entendimiento debe considerarse como el principio y la facultad para
concebir las reglas en general. Así como la sensibilidad es la facultad de
intuición, así el entendimiento es la facultad de pensar; es decir, la
facultad de someter a leyes las representaciones sensibles. El
entendimiento tiende a la investigación de las reglas y se encuentra feliz con haberlas hallado. Se trata, pues, de saber, ya que el
entendimiento es el principio de las reglas, conforme a qué reglas procede
él mismo.
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